Las otras retenciones: para comprar camionetas los productores pagan un “derecho de exportación” equivalente al de los cereales
Los empresarios agropecuarios, al momento de comprar camionetas, también pagan retenciones equivalentes a las vigentes sobre los cereales.
No se trata de un derecho de exportación directo –como el que se aplica sobre los granos– sino de un subsidio indirecto que la mayor parte de los productores pagan sin advertir el aporte que realizan.
Veamos un ejemplo. La camioneta más vendida en el mercado argentino es –por lejos– la Hilux. El modelo 4×4 SRV 3.0, que en Chile puede adquirirse a un valor del orden de 42.100 dólares, en la Argentina cuesta 54.800 dólares. Es decir: un 30% más.
En 2012 se comercializaron en el mercado local más de 162.000 camionetas, con lo cual la transferencia de recursos de los sectores consumidores de ese insumo (agro, construcción, etcétera) hacia la industria automotriz está bastante lejos de ser una cuestión de unas pocas monedas.
La mayor parte de las camionetas comercializadas en Chile son importadas de naciones que son competitivas en la fabricación de esos vehículos. Eso mejora la competitividad de la economía del país vecino por dos vías: un acceso más económico al bien en cuestión y la posibilidad de que eso sea compensado con la exportación sin aranceles de productos propios con valor agregado.
Por ejemplo: las autoridades chilenas venían observando que Tailandia exportaba cada vez más camionetas a Chile. Y negociaron un Tratado de Libre Comercio (TLC) con esa nación asiática que comenzará a regir este año. El resultado: los exportadores de cátodos de cobre, salmones y carne porcina –entre muchos otros productos– podrán ingresar al mercado tailandés con menores restricciones arancelarias o para-arancelarias (Chile tiene a la fecha TLC con doce naciones o bloques y otros tres a punto de entrar en vigencia).
En la Argentina, la industria automotriz, además de ser poco competitiva, genera un déficit de divisas que es similar al superávit generado por las exportaciones de todo el sector de alimentos y bebidas. Se trata de una industria que sólo es viable por una súper-protección arancelaria (tiene, para empezar, un derecho de importación del 35%, entre otras restricciones).
La única razón para mantener una industria tan poco competitiva son los empleos generados por el sector. Pero el hecho es que, si el subsidio millonario que empresas y consumidores argentinos transfieren todos los años a ese sector se destinara a producir bienes en los cuales somos realmente competitivos (fundamentalmente alimentos), esos empleos podrían ser dos o tres veces más que los actualmente generados por la industria automotriz. Y podrían ser muchos más si el desmantelamiento de las restricciones arancelarias para importar camionetas se aprovecharan para negociar –en el marco de un TLC– la exportación de alimentos sin aranceles a mercados asiáticos.
Ezequiel Tambornini