Basta de insistir con la importancia de comunicar lo que hace el campo: el problema está en otra parte
Una receta que incluso podrÃa ser contraproducente
En los últimos años se viene instalando en diferentes ámbitos agropecuarios un mantra que asegura que la mayor parte de los problemas presentes en el campo argentino no serÃan tales sin el sector tuviese una buena comunicación con el resto de la sociedad.
Detrás de esa verdad revelada habita un ejército de oportunistas que venden soluciones mediáticas que resultan tan inefectivas como efÃmeras, pero, como es imposible medir el impacto del servicio ofrecido, la recomendación general es insistir hasta que se acabe el dinero en la billetera del cliente de turno.
Muchos siguen soñando con la magia de la comunicación, pensando quizás que algún dÃa –quien sabe– podrÃan ser admirados, reconocidos y comprendidos por una sociedad integrada mayoritariamente por indigentes, pobres y gente que no llega a fin de mes.
En otros sectores no sucede lo mismo. Los banqueros –por ejemplo– no sueñan con comunicar cómo se ganan la vida. Tampoco los ensambladores seriales de la Asociación de Fábricas Argentinas Terminales de Electrónica (Afarte). Inclusive creen que cuánto menos sepa la gente sobre ellos, mejor.
Todo lo que se dice sobre la “necesidad de comunicar†es en realidad un deseo monumental de aprobación social. Si la mayor parte de la población argentina no estuviese tan pauperizada, seguramente comprenderÃa que, si no fuese por las divisas aportadas por la agroindustria, serÃamos algo parecido a Sierra Leona. Pero intentar comunicar algo asà resulta complejo luego de décadas de desmantelamiento educativo.
Sucede que los productores agropecuarios son la primera frontera entre los que más y menos tienen. El abismo socioeconómico no suele estar en la agenda inmediata de los empresarios de otros sectores porquen viven recluidos en bunkers y difÃcilmente –salvo para tomarse una foto de ocasión– llegan a tener contacto directo con los estratos más empobrecidos que integran sus organizaciones.
Pero los productores –por las caracterÃsticas propias de la actividad agropecuaria– tienen un relacionamiento estrecho con los integrantes de la base de la pirámide social. Y saben de primera mano que cada vez es más difÃcil conseguir personas dispuestas a trabajar. Las explicaciones facilistas dicen que eso es por los planes sociales, los millennials y sarasa sarasa.
La cuestión es que, cuando brecha social se torna abismal, es decir, cuando un trabajador pobre se desloma laburando y, al final del dÃa, sigue siendo pobre, entonces abandona la escala de valores presente en ese orden –inservible para él– para crear un nuevo marco axiológico que, si se hace masivo, puede derivar en un cambio cultural.
En ese contexto, los esfuerzos por “comunicar lo que hacemosâ€, lejos de ser una solución, pueden llegar a exacerbar el problema. La clave reside entonces en crear oportunidades que permiten rescatar a la mayor cantidad de gente posible de la miseria. En esto los empresarios agropecuarios tienen mucho por hacer en sus propias empresas y comunidades. Algunos ya lo están haciendo.
En lo que respecta al ámbito nacional, aquellos que tienen vocación por el servicio público, deberÃan trabajar para liquidar el agotado esquema de una economÃa cerrada que sólo puede exportar commodities (y turistas) para reemplazarlo por el de una nación elaboradora de alimentos que se ofrezcan en todos los rincones del orbe. Asà habrÃa mucho más repartir entre todos.
Ezequiel Tambornini