Manual de instrucciones para armar un plan de comunicación agropecuario que no sirve para nada
Otro caso más de mensajes endogámicos.
Esta semana se difundió una nueva campaña de comunicación orientada a mejorar la imagen del campo en la representación mental de la mayor parte de los argentinos. Se trata de una serie de afiches que dicen que con los dólares generados por las exportaciones agroindustriales “cargamos 40 camiones de caudalesâ€. Que poniendo todos los granos producidos en camiones “darÃamos dos vueltas a la Tierraâ€. Que la producción argentina de leche alcanza para “llenar una taza de leche diaria para todos los niños de América latinaâ€. Y asÃ.
Se trata (otra vez) de una campaña endogámica. Es decir: para promover el orgullo de lo propio entre los propios. Para la mayor parte de la población argentina –integrada por personas que no llegan a fin de mes– un mensaje de tales caracterÃsticas, en el mejor de los casos, produce indiferencia (“mi sueldo no va crecer por más vueltas y más vueltas a la Tierra que hagan los camiones con granosâ€). Y, en el peor de los casos, resentimiento (“¿tanta leche y tengo que sacar un crédito personal para comprar un buen pedazo de queso en el supermercado?â€).
La buena noticia es que la mayor parte de los integrantes del sector agropecuario saben o intuyen que, si no logran cambiar la imagen del campo que actualmente tienen la mayor parte de los argentinos, seguirán acumulando problemas tanto en sus propias comunidades como en la agenda pública. La mala noticia es que casi todo lo que se ha hecho al respecto hasta el momento ha sido fútil.
Más que un plan de comunicación, el agro argentino requiere un programa de marketing orientado a construir puentes –donde no existen– entre dos necesidades complementarias.
Pocos recuerdan que entre los años 2002 y 2004 –durante una de las mayores crisis económicas argentinas– la cadena cárnica pudo subsidiar el valor de los principales cortes vacunos vendidos en el mercado interno gracias a las extraordinarias condiciones presentes para exportar carne y cuero. Luego un grupo de descerebrados (que casi no encontró resistencia) imaginó que liquidar la exportación era una manera óptima de aumentar la disponibilidad interna de carne. El resultado: cientos de empresas ganaderas y frigorÃficas cerradas, decenas de miles de desocupados y precios altÃsimos de la carne bovina.
Si el proceso ganadero-cárnico iniciado en 2002 no se hubiese interrumpido, actualmente, además de tener precios internos muchos más bajos del asado y la nalga, decenas de miles de argentinos desempleados podrÃan tener un trabajo.
Los integrantes del sector agropecuario, en lugar de seguir perdiendo recursos en contar los camiones de caudales que se podrÃan llenar con las agrodivisas (que ciertamente no están en los bolsillos del tercio de la población argentina que pasa hambre), deberÃan trepar al Obelisco para gritarle a los mayor parte de la gente que están de su mismo lado. Que los alimentos serÃan más baratos si los pudiésemos exportar sin restricciones a todos los mercados del orbe. Que habrÃa más oportunidades de trabajo para todos. Que los electrodomésticos, celulares y automóviles serÃan mucho más accesibles con Tratados de Libre Comercio (TLC).
Si ese concepto estuviese claro para la mayor parte de los argentinos, entonces no tendrÃan inconvenientes en visualizar que los recientes conflictos comerciales con China (el primer importador mundial de alimentos) son una mala noticia que sólo beneficia a un pequeño grupo de inescrupulosos acostumbrados a cazar en el zoológico.
Ezequiel Tambornini
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