Se necesitan más jóvenes idealistas que luchen por todos los animales
A propósito de la “cuestión vegana†y los activistas pro-derechos animales.
El hecho de que haya adolescentes con ganas de cambiar el curso de las cosas siempre es una buena noticia. SerÃa genial si además pudiesen aprender a emplear criterios propios –no prestados– para construir su sueño.
Los activistas pro-derechos animales que tomaron estado público nacional en la última semana gracias al empleo de técnicas surgidas en la principal agencia de marketing global (Greenpeace) lograron finalmente visibilizarse luego de estar años en la puerta de la Expo Rural de Palermo sin que nadie les prestara mayor atención.
El primer ejercicio que habrÃa que proponerles es el de ubicación y empatÃa. Ubicación porque vivimos en un paÃs pobre con un Estado nacional fundido que debió recurrir al Fondo Monetario Internacional para no volver a quebrar. EmpatÃa porque, según la última medición oficial (Indec), en los principales centros urbanos de la Argentina existen 2,90 millones de personas (7,9% de la población total) que no logran cubrir la canasta alimentaria básica.
Gritar en la puerta de la Rural de Palermo que es necesario dejar de consumir carne para salvar al mundo puede parecer muy divertido. Pero eso mismo en el interior de la villa 1-11-14 quizás no lo sea tanto.
En las principales ciudades argentinas, además, hay otras 10,9 millones de personas que, si bien logran cubrir la canasta alimentaria, no tienen ingresos suficientes para adquirir la canasta básica total (que comprende vivienda, indumentaria, transporte, etcétera). Es decir: al momento de utilizar sus magros ingresos, deben decidir entre comprar una prenda o un alimento para sus hijos.
Los humanos también somos animales. Y en la Argentina existen muchos, muchos humanos que la están pasando realmente mal. Preocuparse por ellos serÃa mucho más revolucionario que hacerlo por otros animales.
Para evitar hacer el ridÃculo, el hecho de luchar por una causa representa –siempre– una responsabilidad intelectual, lo que implica que, lejos de repetir hasta el cansancio consignas aprendidas en videos de Instagram, es necesario instruirse para conocer los fundamentos cientÃficos sobre los cuales se genera la información a partir de la cual se decide asumir una determina postura.
Ojalá la conferencia que ofreció investigador del Conicet, Ernesto Viglizzo, la semana pasada en la Expo Rural de Palermo hubiese tenido la misma difusión nacional que la intervención de los “veganosâ€, dado que la misma permitió exponer que la metodologÃa de Naciones Unidas empleada para medir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) no es para nada adecuada para evaluar el impacto ambiental de la ganaderÃa sudamericana.
Tenemos la suerte de vivir en una nación con superávit ecológico, lo que implica que –según Global Footprint Network– la huella ecológica de los argentinos (y de todos los habitantes del Mercosur) es inferior a la biocapacidad presente en el territorio. Las acciones de los activistas deberÃan estar focalizadas en las regiones con déficit ecológico y, muy especialmente, en aquellas que cuentan con una población con altos estándares de calidad de vida. Decirle a un muerto de hambre qué debe comer y qué no con la cuenta bancaria empachada de euros no parece ser una opción ética.
Asà como existe el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y demás instituciones de carácter global, lo verdaderamente ético y revolucionario serÃa crear un Fondo Ambiental Internacional que distribuya recursos a aquellas naciones comprometidas con la conservación de los ecosistemas naturales y la generación de fuentes energéticas renovables. Pero eso no va a suceder. Porque es mucho más barato y cómodo trasladar el problemas a los paÃses más indefensos y débiles.
Ezequiel Tambornini