Las cinco lecciones que nos dejará la pandemia del Covid-19
Uno. El gobierno chino publicó, en la agencia oficial Xinhua, un artículo que asegura que China logró controlar la situación epidemiológica del Covid-19 en un corto período y que eso “no podría haberse logrado sin la práctica del colectivismo del pueblo chino”. Se trata de un mensaje para las democracias occidentales: los regímenes totalitarios están mejor preparados para hacer frente a las situaciones críticas. Es probable que sea cierto. Pero el precio es muy elevado: la pérdida de las libertades individuales, entre las cuales se incluye la libertad de informar, razón por la cual jamás vamos a conocer la cifra exacta de fallecidos en China por el Covid-19. En todas las naciones donde rige el respeto por la libertad humana, hemos tenido que lidiar con sujetos indeseables que llevaron a cabo conductas irresponsables que nos pusieron en peligro a todos. ¿Es el totalitarismo la única respuesta para contener el daño bestial provocado por un puñado de imbéciles? Para nada. Basta con utilizar todo el poder del aparato judicial para encarcelarlos y hacer que paguen de su bolsillo todo el daño emocional y material causado. Algunos podrán decir que eso es exagerado. Para nada. Es un costo ínfimo comparado con el hecho de ser enjaulados en un territorio en nombre del bien común.
Dos. El virus Covid-19 nos recordó cuáles son los funciones esenciales del Estado, el cual, a cambio de cobrar impuestos a los que trabajan en el sector privado, se compromete a proveer servicios básicos para toda la sociedad, además de determinar las reglas de juego y hacerlas cumplir. En muchas regiones, incluso donde no abundan o directamente escasean los recursos, antes de la pandemia se consideraba que el Estado podía alojar cualquier ocurrencia del gobernante de turno, además –eventualmente– de mantener a sus amigos y familiares. También se aceptaba que los médicos, entre otros profesionales esenciales del ámbito público, ganen poco porque, después de todo, están cumpliendo con su vocación. Pero eso ya no volverá a ser posible cuando se apague el estado de emergencia pública generado por el Covid-19.
Tres. El virus Covid-19 también nos recordó cuáles son las actividades esenciales que no pueden dejar de funcionar en el sector privado para evitar que la sociedad colapse: productores agropecuarios, industrias elaboradoras y comercializadoras de alimentos y fármacos, transportistas, empresas proveedoras de energía, gas y agua potable, servicios de telecomunicaciones y medios de comunicación. No es justo decir que los sectores primordiales sean más importantes que otros, pero sí podemos asegurar que, sin los bienes y servicios aportados por los mismos, todo lo demás, sencillamente, no podría funcionar. El adjetivo primordial, justamente, deriva del latín primordialis, concepto que designa el principio básico y comienzo de algo. Las actividades que deben seguir operando durante la pandemia son las que dieron origen a las primeras civilizaciones humanas y las que, en la actualidad, constituyen la base de toda sociedad moderna. Por ese motivo, aquellos gobiernos que no aseguran la sostenibilidad de las actividades esenciales, socaban los fundamentos mismos de la sociedad que pretenden administrar.
Cuatro. El aislamiento obligatorio impuesto para intentar controlar la expansión de la pandemia obligó a las empresas y organizaciones a implementar protocolos de trabajo remoto. Muchos, al finalizar la emergencia sanitaria, comprenderán que la labor que realizaban en la oficina, la pueden hacer, sin mayores inconvenientes, desde su hogar. La mayor parte de los trabajos calificados presentes en la actualidad implican realizar tareas que –gracias a la conexión en red– no requieren ocupar un determinado espacio físico en particular. La sociedad del conocimiento está generando un crecimiento exponencial de las empresas y actividades sustentadas en activos intangibles, los cuales se producen, desarrollan y comercializan a un ritmo creciente gracias a la posibilidad de intercambiar cada vez mayores volúmenes de datos a través de redes digitales. Sin embargo, a pesar del valor creciente generado por los activos intangibles (programas, patentes, diseños, marcas, derechos de autor, fórmulas, licencias, protocolos de procesos, etcétera) desarrollados por trabajadores de la sociedad del conocimiento, los modelos laborales de muchas organizaciones atrasan varias décadas al seguir operando como si aún estuviésemos en la época en la cual lo preponderante era la producción de activos físicos. Las mesas con frutas, gimnasios, salas de masajes, mesas de ping pong, caminatas, running y un largo etcétera, lejos de tratarse de “beneficios laborales”, son artilugios para cercenar la libertad de los trabajadores del conocimiento y obligarlos a perder irrecuperables horas del tiempo personal y familiar, además de constituir un atentado contra la huella de carbono de tales organizaciones.
Cinco. La última lección de la pandemia es que aprendamos a gestionar nuestro tiempo –el recurso más valioso que tenemos– evitando contaminarnos con una avalancha de opiniones ajenas, muchas de las cuales están cargadas con grandes dosis de odio y resentimiento. Las redes sociales permiten intercambiar información clave a una escala global con gran rapidez, pero también están sobrepobladas de personajes oscuros, algunos de los cuales son visibles y otro no, dedicados a realizar provocaciones constantes para atraer la atención. Aprendamos a concentrarnos en la información, un insumo esencial para sobrevivir en tiempos de emergencia y para prosperar en épocas de paz. Descartemos todo lo demás.
Ezequiel Tambornini